martes, 31 de enero de 2017

Volver

Hoy vuelvo. Y fui feliz, mucho. Así que espero que no me decepcione, ya que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Aunque cómo podría hacerlo.

Pero tenía razón quien escribió, y más quien me lo dijo, que a las cosas y los lugares no se puede volver ni siquiera volviendo. Supongo que solo se puede volver a las personas.

Hoy vuelvo, con la persona a quien volvería una y otra vez. No sé si lloverá. No sé si podrá superar las veces anteriores. Pero vuelvo a Londres, y vuelvo contigo.



Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

lunes, 23 de enero de 2017

Necesito un Frigopie

Cuando era pequeña, me encantaban los Frigopies. A quién no le gustaría un pie de fresa, cremoso y congelado, más grande que su cara. Pero mi madre no me dejaba casi nunca comprarme un helado tan grande, no sé si por evitar que lo dejase a la mitad o porque temía que no lo dejase a la mitad y reventase en el intento. Estamos hablando de una niña de cuatro o cinco años intentando comerse un helado más grande que ella, al fin y al cabo. Así que acababa comprándome un Minimilk o, cuando la ciencia lo revolucionó todo, un Minimilk de Nesquick. Aquellos eran los buenos tiempos.

Pero de vez en cuando, mi madre consentía. Era un día especial, o lo compartía con mi hermana, o había conseguido por fin dar cinco vueltas a la cancha de tenis en mi bici sin ruedines. He de confesar que era, o soy, bastante inconstante con las cosas que no se me dan bien y tardé en saber montar en bici, así que este fue un triunfo merecedor de un Frigopie entero para mí. Recuerdo ese Frigopie como si me lo estuviese comiendo ahora mismo, chupándome la mano entera por esos churretes rosa brillante que me corrían hasta el codo.

Como todo el mundo, más o menos, acabé creciendo y mi cara se hizo más grande que el Frigopie, y mis padres ya no pusieron problemas para comprármelo. No había negociación, ni súplica, ni cesión final en el glorioso y arduo proceso de elección que se desarrollaba cada vez que comprábamos un helado delante del congelador industrial. "Quiero un Frigopie". "Vale". Y eso era todo. Ahora ya no me compro Frigopies. Voy a por los Magnum de sabores exóticos, o a por los monstruosos de veinte capas de chocolate. El Frigopie se me ha quedado pequeño, supongo. 

Crecí y el Frigopie dejó de ser especial. Ya no es una celebración, ni un premio, ni un triunfo ante la autoridad paterna. Es solo un helado. Como pasa con tantas cosas: salir hasta tarde, faltar a clase, comprar una camiseta que no necesito, comer dulces... En un momento u otro, las limitaciones -autoridad externa, falta de dinero, las malditas dietas- desaparecen y todas esas cosas excepcionales se hacen normales. No porque las haga todos los días, sino porque nadie ni nada me impediría hacerlo si quisiese. Supongo que todos necesitamos un Frigopie en nuestra vida: algo que solo podemos tener después de una negociación, después de un logro, en un día especial.

El que algo quiere, algo le cuesta, sí. Pero al que algo le cuesta, más lo quiere, también.



Vivan los costes. Vivan los Frigopies.

viernes, 13 de enero de 2017

Propongo

No tengo altas mis expectativas sobre este año. Las tengo muy, muy bajas, de hecho. Poco a poco, aprendo a dejarme sorprender.

Pero una cosa es esperar poco de lo que pueda venir, entrar limpio en el año, sin querer nada, sin desear nada. Y otra es no proponerse nada. El principio del calendario es un momento tan bueno como cualquier otro para marcarse objetivos. Hagámoslo.

Tendrán que ser cosas concretas. Cosas conmensurables, que se puedan medir y contar, de las que pueda responder cuando llegue diciembre. Ser mejor persona y tener más paciencia está bien, pero quiero al final del año tener una lista de las cosas que he cumplido y las que no. Con esto en mente, este año me propongo:

  1. Cumplir el reto de los 50 libros. En los dos años anteriores no lo he hecho; en uno me quedé cerca, en el otro ni siquiera un poco. Y esto, en mi caso, es vergonzoso y fácilmente evitable.
  2. Leer todos los días. Siendo filóloga y lectora voraz, me entristece decir que en 2016 he pasado no días, sino semanas enteras sin coger un libro. Falta de tiempo, a veces, pero sobre todo de motivación. Y para esto, no hay más solución que volver a subirse al caballo.
  3. Visitar, al menos, un país nuevo. El año pasado viajé bastante, y fue fantástico, pero no sumé países. Sí lugares -Mallorca, Lisboa- que me encantaron, pero este año me gustaría ir a algún sitio nuevo. Uno, por lo menos.
  4. Escribir un libro. El segundo, en mi caso. Sea de cuentos o una novela, que para el 31 de diciembre haya escrito lo suficiente.
  5. Encontrar un trabajo. No digo el trabajo de mi vida, no digo ni siquiera un trabajo con un sueldo digno ni a jornada completa. Pero que al llegar la Navidad, alguien me haya contratado.
  6. Escribir tres entradas al mes. He perdido el hábito y me cuesta sentarme delante de esta pantalla en blanco -aunque folios que rellenar, precisamente en mi vida, no faltan-, pero me parece que algo menos de una entrada a la semana no es una locura. Es hora de recuperar mis palabras.
  7. Tomar decisiones respecto a la tesis. Lo voy posponiendo, pero también es momento de pensar qué, cuándo, cómo y con quién quiero escribir una tesis. Por qué también, pero quizá esa sea una reflexión a largo plazo. En cualquier caso, tengo que moverme, o empezaré a ser una ameba.
Queda dicho ante el mundo. DosMilDiecisiete, voy a por ti.