domingo, 31 de enero de 2010

Frío

Me acurruco en el sofá y me cubro con la manta, y tomo un sorbo cuidadoso de chocolate demasiado amargo.

Y es entonces cuando te echo de menos y la soledad me cala los huesos. Porque me sigo encogiendo y dejándote un hueco, como si fueses a volver. Como si el silencio fuese a llenarse otra vez. Como si tú no fueses el continuo Carpe Diem ni yo el eterno Perdona, pero no olvides.

Como si no hubiésemos gastado todos los besos, como si no supiese que hemos agotado nuestros recursos y la energía que había entre nosotros ya no volverá a iluminar la ciudad.

Ahora Madrid y yo estamos a oscuras, sin la chispa que encendías, sin la llamita titilante de tus velas y ese maldito olor a incienso que tenías...

Y me tapo un poco más porque, aunque tú me has dejado sola, el frío no se ha ido y todavía queda mucho invierno.

miércoles, 13 de enero de 2010

La luna en el mar riela...


-Calla. Calla un momento. ¿Qué escuchas?

-El mar, que choca con la arena.

-Eso es lo que oyes. Pero lo tienes que escuchar mejor. Vamos, intétnalo. ¿No hay nada más?

-Solo... No, no. No puede ser. ¿Te refieres a eso?

- ¿A qué? Cuéntamelo.

-Ese zumbidito que casi no se oye... Creo que son las luciérnagas. ¿Te refieres a ellas?

-No seas ingenua. No son luciérnagas.

-¿Qué son entonces?

-Son estrellas. Estrellas que nos traen el sonido del cielo y los susurros de los ángeles, que vienen aquí abajo esta noche porque saben que allá arriba, con la luna llena, no las vemos.

-Las estrellas son bolas de fuego que miden miles de kilómetros. Estaríamos muertos si fuesen estrellas.

-Entonces voy a contarte algo mucho mejor, algo que tu ciencia no puede desmontar.

-Adelante.

-Son hadas. Son Campanilla y sus amigas, que nos ven aquí, mirando la arena blanca y el mar negro, y se ríen. Porque, aunque sea muy bonita, la playa está muerta. En cambio su bosque, lleno de árboles milenarios, de flores, de jóvenes arbustos, de animales ocultos, está lleno de vida. Y ellas se acercan para vernos admirar las cosas muertas y cuchichean, y se esconden detrás de sus luces para parecer luciérnagas. Las hadas son muy listas, Wendy, y nos conocen muy bien. Saben que si supiésemos lo que son, las encerraríamos en jaulas y las investigaríamos y, cuando supiésemos qué las hace volar y brillar así, les arrebataríamos toda su magia y la venderíamos al mejor postor. Por eso se esconden en el bosque de esta isla tan lejana, y dejan que los cuentos antiguos relaten su historia en vez de hacerlo ellas mismas, para que creamos que son personitas ingenuas y simpáticas que solo visitan a los niños, y no sepamos lo listas que son.

-Pero... Las hadas no existen, Peter.

-Puede que no... Pero recuerda que nunca dejaré de ser un niño.